miércoles, 26 de enero de 2022

-IV- ANASTASIO AQUINO Y LA PRIMERA GUERRA DEL PUEBLO SALVADOREÑO CONTRA EL ROBO DE LA TIERRA

                              (Cuarto de ocho artículos sobre este tema)                

Con la instauración en el poder político de los grupos representativos del capitalismo emergente en estos países, las instituciones económicas, estatales e ideológicas comenzaron a funcionar en interés exclusivo de aquellos que ocultando su antigua condición de encomenderos (dueños de indígenas), arribaban a la nueva situación de burguesía gobernante. Referíamos asimismo que las masas populares fueron traicionadas por esos en quienes los desposeídos depositaron esperanzas de redención en aquellos años (1820-1850). Como respuesta natural a la traición política y al avorazamiento geófago de las viejas familias conservadoras, las masas campesinas se rebelaban procediendo de hecho, ocupaban tierras ociosas con miras a rehacer su antiguo status de labradores. Por su lado los terratenientes imponían la fuerza del aparato estatal, dictaban leyes exclusivas para favorecerse y daban curso a métodos represivos que incluían, desde el uso del ejército, hasta el predominio espiritual de la iglesia contra masas inermes e ignorantes.  

Uno de los levantamientos populares que cobró caractéres de Guerra Nacional Campesina fue la rebelión que en 1833 encabezó Anastasio Aquino (1), líder indígena de la región sur-oriental de El Salvador.

(1) "Anastasio Aquino nació el 16 de abril de 1792, asesinado el 24 de julio de 1833, por la oligarquía terrateniente y la iglesia católica, era de una estatura de tamaño regular, algo obeso, cabeza redonda y con prominencias por los lados auriculares; sus ojos y frente pequeños, labios delgados; barba corta, nariz remachada, pómulos salientes, color de hoja seca, carirredondo y con una cicatriz arriba del carrillo derecho. Su conjunto tenía la fealdad más repugnante."

"Estando la causa que se le instruía en estado de verse en consejo de guerra, fue conducido a San Vicente en el mes de mayo, y el 24 de julio de 1833 sufrió, la pena del último suplicio. Su cabeza fue separada de su cuerpo y colocada en una jaula de hierro en la cuesta de Monteros."

En esa zona subsistían grupos del Pueblo Nonualco manteniendo vínculos tribales que los unían y los concitaban a luchar por las tierras que por tradición eran suyas. La magnitud que alcanzó el movimiento Nonualco hizo tambalear al gobierno de Mariano Prado y Joaquín de San Martín.

El historiógrafo José Antonio Cevallos refiere que aquellos acontecimientos causaron asombro y acrecentaron el prestigio "que rodeó, entre los suyos a aquel indio salvaje, cuya inteligencia no se extendía más allá de saber ganar la subsistencia por medio del jornal, ocupándose de rústico proletario en las haciendas añileras, ya como zacatero, rozando jiquilite en los tiempos de cosecha, ya como pilero en la elaboración del índigo salvadoreño." La propiedad capitalista había dado ya resultados provocando la proletarización campesina, índice importante que revela a esa sociedad en expansión.

De ahí que el sentimiento de aquel pueblo acostumbrado a labrar sus tierras se viera afectado radicalmente, pues no sólo habían dejado de ser propietarios de sus terruños y ejidos, sino que gracias a la violencia burguesa, de la noche a la mañana (pues únicamente habían transcurrido 12 años de haberse producido la independencia política) estaban reducidos a asalariados que no disponían más que de su energía laboral para venderla en haciendas añileras y posteriormente en las fincas cafetaleras y cañeras. Por lo demás, el nuevo régimen no admitía tregua en su tarea de aniquilar el sentimiento colectivo en que habían vivido los Nonualcos, y acentuaban la dispersión como objetivo para librarse de aquella masa que luchaba también por mantener su unidad étnica, como medio de salvaguardar la vida en las nuevas condiciones de "república democrática".

 

El Estado, el ejército, la iglesia y el gobierno estaban fundidos en "santa alianza" para imponer el régimen, hacer prevalecer sus propósitos y convertir en "vestigios folklóricos" aquellos que fueron pueblos, generadores de culturas propias: nonualcos, izaIcos, etc.

De ese modo la patria se había convertido en su propia cárcel y la vida esplendorosa, en libertad (por la que lucharon en las etapas preindependentistas) devenía ahora en la cadena que los ataba a la tierra, pero ya no como sus dueños sino como jornaleros.

El instinto de conservación del pueblo Nonualco se ensanchó, y el gesto de Anastasio Aquino cobró brillantez en las exhortaciones que él dirigía: "levantémonos en masa para vengarlos y no demos obediencia al gobierno de San Salvador. Quitémosle la facultad de reclutar gente y el poder de exigir contribuciones, como constantemente lo hace, oprimiéndonos y mandándonos a morir lejos de nuestras familias. Luchemos hasta morir por nuestra causa, y yo seré vuestro general".

Era práctica del gobierno reclutar por la fuerza a los jóvenes de los pueblos aborígenes para enviarlos a los frentes de guerra en que El Salvador estuvo envuelto durante el siglo  XIX, principalmente en su primera mitad. Los éxitos de los Nonualcos como hemos dicho hicieron tambalear al gobierno central, gracias a los efectos que sus acciones provocaban en otros poblados y barrios populosos de las ciudades, entre éstos se contaban el de La Vega, de San Salvador, etc. Fue sólo debido a la superioridad numérica y a las armas del ejército, que la burguesía consiguió derrotar a los Nonualcos, capturar y asesinar a su valiente jefe y ensañarse en aquellos pueblos que habían demostrado con sus acciones amar la libertad, hasta el grado de defender sus posesiones y derechos con su propia sangre.

La historia recogió en poemas esos acontecimientos y los legó a la patria como testimonio y como muestra de dignidad, entereza y sacrificio del salvadoreño común: el trabajador, representativo genuino de nuestra nacionalidad.

Contra Mariano Prado y Joaquín de San Martín el ingenio popular vertió su furia al condenar la vileza y el antipatriotismo de los gobernantes, al tiempo que exaltó el valor de un hombre que, aunque carente de ilustración, comprendía su deber:

“El Indio Anastasio Aquino le mandó decir a Prado, que no peleara jamás contra el pueblo de Santiago. Aquino lo dijo así: Tan feo el Indio pero vení.

También le mandó a decir que los Indios mandarían porque este país era de ellos, como él mismo lo sabía. Aquino lo dijo así: Tan feo el Indio pero vení.

Yo seré el rey poderoso que matará a los ladinos, a españoles y extranjeros, en venganza de mis Indios. Aquino lo dijo así: Tan feo el Indio pero vení.

Devastaré las ciudades que los blancos hoy gobiernan, a quienes maltrataré quitándoles cuanto tengan. Aquino lo dijo así: Tan feo el Indio pero vení.

Porque todo lo que existe en la extensión de estas tierras, pertenece a mis hermanos que se hallan en la miseria. Aquino lo dijo así: Tan feo el Indio pero vení.

Perdonaría yo a Prado, y a San Martín yo le diera una parte de estas tierras, si no me hicieran la guerra. Aquino lo dijo así: Tan feo el Indio pero vení.

Mas no hay que esperar cuartel del ladino y español, por tanto es mejor morir en el campo del honor. Aquino lo dijo así: Tan feo el Indio pero vení.”

 

De acuerdo con el espíritu de estos versos Anastasio Aquino abrigaba la idea "de reinar". Esto se explica por el hecho de que apenas había transcurrido una década desde el momento en que la monarquía española gobernó estas tierras. El sentimiento anti-español que generó fuerza en nuestro pueblo para lograr la independencia, está unido a la repugnancia que el usurpador provoca y era tenido como extranjero sometedor de Indios. Asimismo la idea del "Blanco" gobernante simbolizaba en nuestros curtidos campesinos la crueldad y el despojo. Ese sentimiento de frustración y traición se refleja en otras piezas poéticas de origen anónimo salidas de aquella época, tanto con relación a los levantamientos campesinos, como a la guerra centroamericana y a las invasiones extranjeras.

Después del asesinato de nuestro Taite Aquino, continuó el robo de las tierras por los terratenientes, en consecuencia, vino al El Salvador, una comisión de Indios de Los Altos, Quezaltenango, Guatemala, con el fin de ponerse de acuerdo con Aquino, para promover un levantamiento general de todos los pueblos aborígenes de las costas del sur de Centroamérica. Es importante saber cómo las acciones de los Nonualcos habían despertado el sentido de solidaridad entre otros pueblos indígenas del área, que sufrían iguales represiones y despojos. El mismo Gral. Gerardo Barrios, cuenta que cuando el era Capitán, y comandaba una tropa en Las Vueltas de Cojutepeque, mataron a más de 400 Indios Nonualcos.

 

(Los hechos históricos no pueden cambiarse y menos borrarse.

Hay que estudiarlos y analizarlos a profundidad para sacar de ellos experiencias y no cometer errores en la interpretación de la historia)

www.tirsocanales.com

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Continuará. Esperamos sus comentarios.

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